palabras producto de la ociosidad

BRIDEZILLA UNLEASHED

Bridezilla:  del inglés bride (novia) y godzilla

Me declaro sin vergüenza alguna  fan de las bodas. Vanidosa como soy, me fascina la idea de ir a producirme con maquillaje y peinados que jamás lograría por mí misma y la simple idea de ponerme un vestido y tacones me hace sentir como princesa de cuento. Éso sin tomar en cuenta el hecho de que una boda te permite bailar, tragar y beber hasta horas que no son de dios completamente gratis (las bodas son el clímax de la gorronería). Dicha afición me ha despojado de toda pena, como aquella vez en la cual prácticamente me colé a una boda como acompañante de una amiga y terminé bailando con el papá de la novia. Pero esta entrada no es para hablar de mi desfachatez , sino para narrar el infernal proceso que sucede tras bambalinas desde meses antes de la ceremonia: la metamorfosis de la radiante novia en Bridezilla.

La transformación  se inicia en el momento de entrega de «EL ANILLO». Con esa simple acción, el novio ingenuamente ha desencadenado una serie de procesos mentales en la cabeza de su amada, los cuales la harán desear organizar una bacanal para 500 gorrones donde abunden los detalles en un color tan específico e imposible como el «morado flor de jacaranda», porque no está choteado. De igual forma, el novio ignora que dichos caprichos tendrán como resultado que él, sus padres y sus futuros suegros entren a lucrativos y cuestionables negocios como la trata o la venta de órganos por internet durante los próximos diez años, todo con la noble finalidad de poder pagar los gustos de la señorita.

A lo largo de mi vida he tenido dos encuentros con Bridezillas dignas de colección. El primero hace dos años cuando mi hermano se casó y el segundo justamente ahora, cortesía de mi hermana. Hace aproximadamente un mes, la señorita y su flamante novio decidieron que estaban hechos el uno para el otro, que querían unirse forever and ever, en la salud y en la enfermedad y bajo todas las leyes. Dicha decisión me llenó de gusto porque se trata de mi hermana, la quiero y me hace feliz verla feliz; peeeeeeero, los detalles que se le han ocurrido me hacen decir «omaigad, ar yu creizy?»

Gracias al alboroto y emoción que genera una boda, mucha gente ha tenido la candidez y amabilidad de decirle «¿Cuántas veces te vas a casar? aunque te divorciaras y te casaras de nuevo, nunca será como la primera vez». Y ésta, señoras y señores, es la frase que alimenta a Bridezilla, le da fuerza y la hace creer que se apellida Rockefeller y consta de presupuesto ilimitado. Es la frase que la hace contratar un  «decorador/wedding planner» quien -como cobra un porcentaje del gasto total de la fiesta- le presenta las opciones  más caras bajo la premisa de que son «las más originales y así tu boda va a ser única, mi reina».

Es el motor detrás de la idea «quiero un vestido Rosa Clará ¿saldrá muy caro?» (noooooo guey, solamente unos 3,000 euros). Es la semilla a partir de la cual germina la necesidad de una carpa que rivalizaría con la de Darío el Grande y donde  se podrían colgar hasta cadáveres de ser necesario. Es la razón de querer conseguir a como dé lugar una alfombra blanca para el pasillo de la iglesia. Esa frase es, simple y sencillamente, el origen de la locura.

Claro que yo, en mi papel de hermana lo único que hago es escuchar los cada vez más elevados requerimientos y ser prudente, pero en mi interior no dejo de pensar qué haría yo en su lugar ¿me transformaría también? Nunca debes decir nunca, pero sinceramente no creo que eso suceda. Actualmente me encuentro en una situación de vida en la cual -si bien la idea de ser la protagonista de una pachanga me agrada bastante-, me emociona más la idea de una pareja. Una pareja con quien disfrutar, compartir y amar. Una pareja que despierte en mí no sólo amor, sino admiración, respeto y complicidad. Con quien vivir las alegrías, tristezas y desacuerdos que vienen implícitos en la cotidaneidad. Alguien con quien se pueda sostener una discusión adulta e  inteligente, que con su madurez me haga querer superar mi inmadurez. Que nos sorprendamos mutuamente a pesar del tiempo juntos y esa misma sorpresa nos convierta en mejores personas.

Me parece que para ello no se necesitan grandes celebraciones ni papeles. Mucho menos transforrmarme en Bridezilla.

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